sábado, 7 de agosto de 2010
Descubrí el cielo y me regaló una flor
La mano de Álvaro se tendió extendida hacia mí, expectante a mi respuesta en una invitación muda. Acepté, me aferré a ella y el tacto áspero de su piel trajo a mi memoria recuerdos una vez enterrados entre las arenas del tiempo. Él, siempre impulsivo, decidido y confiado, me atrajo hacia su cuerpo. Me sorprendió el abrazo, sus brazos de piel siempre morena envolvieron mi cintura ciñéndome a su cuerpo hasta sentir el bombeo rítmico y sosegado de su corazón contra mi pecho. En un acto inconsciente mis brazos rodearon su cuello y escondí el rostro en la base del hombro disfrutando de aquel aroma inconfundible que brotaba de él, aquella mezcla entre la colonia y la gomina con la que se peinaba cuando la ocasión le exigía cierto decoro.
Me sonreí a mí misma, sabiéndome oculta de miradas, pues me llamaba la atención la familiaridad que era capaz de transmitirme. Sin motivos enumerables Álvaro se ganaba mi confianza con tan sólo una de sus sonrisas de dientes blancos y labios gruesos y, simplemente, resultaba sencillo ser natural con él a mi lado, como si pudiese transmitirme parte de su confianza innata.
Con efusividad estrechó el abrazo hasta que mis pies perdieron su punto de apoyo en el suelo y no pude sino reír cuando me hizo girar por el aire, dueño y señor de mi pequeño cuerpo indefenso ante su influjo.
Cuando recuperé el control de mis movimientos y sus brazos tan sólo se deslizaron por mi cintura dejando en mi piel el recuerdo de su calor me vi inmersa en el mar de sus ojos, flotando sobre sus aguas de apariencia predecible y marea constante, ocultando su capacidad de sorprender.
Álvaro era el mar que reflejaban sus ojos, el espíritu rebelde del mar embravecido y la dulzura de las aguas cristalinas que acarician la arena tostada bajo el sol. Y yo, navío a la deriva, podía permanecer horas sumergida entre sus mareas, hechizada por el atractivo de su inmensidad capaz de rodearme. No obstante su hechizo no mermaba mi seguridad, me envolvía sin atraparme pues el terreno me resultaba conocido, yo misma soy agua.
Su dedo índice delineó mi nariz y golpeó la punta arrancándome de nuevo una sonrisa.
-Nunca dejes de sonreír.
Fue un consejo, una orden y una petición, y acepté las tres modalidades como una sola pues estaba de acuerdo.
-No lo hará, es fuerte-aseguró una voz a mi espalda.
No me sorprendió aquel timbre grave pues había sido consciente de su presencia en todo momento. Giré el rostro, le miré y todo cambió. Dejó de existir mundo más allá de esos ojos, tan azules como los de su amigo aunque con una tonalidad tan opuesta como las personalidades de sus dueños. Y yo fui otra, perdida la confianza y seguridad que Álvaro creaba en mi espíritu me sumí en una timidez incontrolable. Agaché el rostro y mi mirada atravesó mis pestañas hasta perderse en el cielo de sus ojos, tan sincero y limpio que llegaba a intimidarme y tan dulce que me hacía perder la razón. Mi ser se volvió satélite alrededor de aquel planeta, incapaz de hallar seguridad más allá de su mirada; hechizado, deseoso de poseer la inmensidad de aquel cielo, temeroso de no llegar a abarcarlo nunca.
Mis pies siguieron su camino, salvando la distancia que me separaba de él, de Gonzalo, quién me esperaba paciente, tan opuesto a Álvaro. Recosté el rostro sobre su pecho, subía y bajaba al compás de cada respiración mientras su corazón latía frenético. Apoyé ambas manos acariciando la tela de su camisa y él me abrazó. Mi cuerpo encajó entre sus brazos como lo hace un engranaje en la maquinaria, como si aquel fuese el lugar al que perteneciese sin yo darme cuenta, y tan sólo pude suspirar, por fin en calma.
Había perdido hacía ya demasiado tiempo el suelo sobre el que posar mis pies. La tierra a la que tan firmemente me había aferrado había echado a volar dejándome flotando sobre una nada sin luz ni color. Y de pronto aquella nada se volvía mar bajo mis pies, sosteniéndome; y cielo a mi alrededor envolviéndome en un abrazo.
Me costaba creerlo, jamás lo habría imaginado y, sin embargo, resultaba imposible pensar en mi vida sin la presencia de aquellos dos hombres como si su presencia hubiese estado siempre escrita en mi destino.
Damon, Elena, Stefan-Mr. Brightside
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