domingo, 14 de junio de 2015

Agolpados y en desorden... formen filas por favor


Llevaba días pidiéndomelo el corazón a gritos sordos. Añoraban mis oídos la dulce melodía del teclear frenético sobreponiéndose al sucederse de notas aleatorias. Pues al final todos tenemos un vicio y yo no puedo negar que este es el mío.
Viejo compañero de más de mil fatigas, ese sonido certero a golpe de tecla que me ha acompañado desde tiempos que apenas ya recuerdo de tan lejanos que se me antojan.

Es ahora, cuando me dejo envolver por el dibujo que pintan las teclas de un piano y un recuerdo recostado contra una pared, chaqueta roja entre los brazos; cuando me doy cuenta de que ese sucederse de caracteres impresos ha sido mi hogar y refugio cuando las cosas se volvían cuesta arriba. Cuando tan solo se ofrecía al mundo la cara oculta pues la realidad era demasiado cruel como para ser enfrentada, siempre estaba un folio en blanco ante mis ojos para secar las lágrimas y curar las heridas. Pues no puede ser sino en algo tan pequeño y sencillo donde se atesoren los mayores regalos que otorga el camino que recorremos, no es sino entre páginas donde se cuentan las historias que el cielo escucho del suelo.

Y la noche se cierne sobre Madrid, y el reloj apremia cual viejo carcelero pues no hay quien pueda frenar al mañana.
Y en este punto de inflexión me encuentro yo, sufriendo la resaca de quién se inmiscuye en recuerdos de otros para entender el por qué de que se diga que hay pasados que es mejor dejar atrás.
Cubriendo a duras penas cortes que por inconsciente me he hecho al abrir carpetas que no se deben abrir, pues si el pasado de otros es peligroso, letal es el propio. Boba de mí que en un alarde de inmadurez me ha dado por bucear entre el 12, el 13 y el 14 después de meter las narices en el 08 ajeno.
Rescatando de entre las sombras recuerdos alegres que esbocen una sonrisa ante fechas señaladas en el calendario. Y es que ese temido veinte amenaza con llegar y aun habiendo aceptado que no puedo pararlo no se ni como hacer para refugiarme de él.

Acaba la canción y mi mente abraza de nuevo aquel forro polar azul olvidado y guardado en un armario, azul también. Una lágrima solitaria escapa y cae entre estas teclas viejas que agradecen recibir de nuevo algo de protagonismo no laboral. Y los ojos se cierran, a tenor de la gran verdad que se oculta en esa última frase entonada... 'me cuesta... tanto...'












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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura



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