Déjame ser honesta si digo que entre el rítmico sonido del teclear del ordenador se entretejen canciones que traicionan según qué gustos musicales de morro refinado. Supongo que además de haber momentos reservados para nuevas melodías que dibujan el devenir de vidas nuevas. También me permito instantes de debilidad en los que recuperar de algún rincón de la memoria la música que me acompañó antaño. Digamos, pues, que ando "despistada" en lo que escribo estas palabras y que tampoco busco encontrarme.
Desempolvo este tímido rincón de mi pasado y me dejo mecer por las caricias de mis propios recuerdos cuando alrededor todo se antoja una tormenta que se avecina imparable en el horizonte. Y lo hago tras sentir el despertar de las palabras cuando se entretejen en la mente obviando la realidad que la rodea. De nuevo se reaviva el lento palpitar en la yema de los dedos y la sorpresa anidada en el estómago cuando acudo de nuevo a mis propias palabras años atrás escritas.
De nuevo renace el deseo de querer otorgar un regalo. Algo que como ya antaño escribí, ni lo puedes atrapar ni sostener entre las manos. Algo que, para verlo, hay que aprender a mirar.
Quisiera que arrugases con desgana informes efímeros de eficacia cuestionable y que desenganches del corcho del futuro la idea de ser embajador de herramientas que parecen creerse jueces de profesión. No son sino el envoltorio de un regalo único y los envoltorios, como bien sabes, se desechan. Quisiera regalarte el destello que se produce cuando el gentío toma asiento y diecinueve pares de ojos reparan en la figura que les observa al fondo con mal disimulado orgullo. Cada brillo en esos ojos que se abren por la sorpresa y cada sonrisa que aparece sin ser invitada no son sino el vivo reflejo del hondo calado que, entre altura y cercanía, causas año tras año en ellos.
Quisiera regalarte cada uno de los segundos que yo pierdo cuando sin remedio me sumerjo en las vetas de colores que pintan tus ojos verdes. Aun hoy, a pesar del tiempo, sigo atrapada en ese anhelo de atrapar los secretos que se esconden más allá de tu mirada; y en el deseo de capturar inútilmente los matices de ese color.
Quisiera que dejaras a un lado supuestas vergüenzas que dices sentir. Y quisiera regalarte en su lugar la curiosidad en llamas que prende al descubrir un nuevo detalle de lo que fueras entonces. Y con ello regalarte también hilos nuevos para repasar las puntadas de la sombra de tu pasado a tus pies. No es tan distinto como crees tu entonces de tu ahora, a veces la diferencia radica únicamente en aprender. Y por aprender se pierde en inocencia pero se gana en admiración; al menos la mía.
Quisiera regalarte un grano de arena que cae sin atención de lado a lado del reloj; inviértelo en esa foto sobre el césped de qué se yo que julio ya pasado. Y con él regalarte también una punzada de celos hacia ese ayer que no fue mio sino de otra. No es que lo quiera, yo lo que quiero son cada uno de tus hoy; pero, no puedo negarlo, mis veinte años carecen de esas fotografías y yo ni sé donde dejé los veinte años.
Quisiera regalarte recorridos nuevos entre calles. No me molestaré en señalar si son calles de adoquines pisados o nuevos porque considero que aun lo pisado tiene la posibilidad de sorprenderte cuando menos te lo esperes ¿por qué no dejarte llevar de nuevo por callejuelas ya recorridas? Regalarte la posibilidad de pintar cada ciudad de colores de recuerdos diferentes; reescribir historias, hacerlas más largas y más bonitas. Añadir magia nueva a cada rasgado en el mapa.
Quisiera regalarte el sol que se cuela entre los recovecos del toldo de una terraza que huele a verano. El escalofrío que eriza la piel con su calor. Las burbujas que ascienden entre el cristal de innumerables copas de vino. El golpe de brazos cortos entrelazándose sin medir el impacto a tus rodillas. El sueño que me vence en paz sobre tu regazo y el calor que me dan tus manos sobre la piel. Los trazos a desgana de un dibujo que parecía más fácil como proyecto y la sonrisilla tonta que aun hoy se me dibuja cuando me das los buenos días por la mañana.
Y envolverte cada regalo entre canciones. Canciones ya escritas que parecen haberte acompañado desde siempre. Música por componer que comprenda el latir de tu corazón. Y cerrar el lazo con un futuro de color azul. Azul línea 10, quizá.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura