Gracias, pequeño príncipe, por todo lo que he aprendido de ti y contigo, eres y serás una gran parte de lo que soy.
Te quiero mucho, te querré siempre.
Madre e hijo se miraron entonces y el pequeño quedó hipnotizado por la voz de su madre sin poder apartar de ella la mirada de sus grandes ojos redondos, como una taza de chocolate en invierno.**PS**
Levantó el meñique, acarició con él la manita del bebé y este la cerró en torno a su dedo un instante, aferrado a su madre, hipnotizado por su voz, perdido en su mirada. De sus ojos escapó entonces una lágrima como tantas otras noches sin importar cuantos meses pasasen. Su mundo se reducía a las pecas de color intenso que perlaban las mejillas y la nariz de su pequeño.
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