La llegada de los 23 fue un salto al vacío sin red. Arriesgarse a caer por el deseo de atrapar una estrella fugaz. Desafiar al miedo, a la sensatez, al tiempo, acelerar el destino, cambiar el curso del devenir de los acontecimientos, volcar la realidad y tratar de construir una nueva con piezas que me iban arrebatando pese a luchar por ellas.
Un año que ardió en llamas de lo que no se comprende, la razón el lucha encarnizada con una piel que pocas veces da su brazo a torcer. Tiempo de cambio entre subidas y bajadas que acabó volviéndose determinación bajo un soportal al resguardo de la lluvia.
Fuego que se tornó calor a medida que los segundos sumaban granitos de confianza en un reloj resquebrajado. Calor que se bronceaba al sol de un verano convertido en el dulce preludio del invierno más crudo que mi memoria recuerde. Un invierno frío, lejano, oscuro, tímido, nevado... un invierno restando días sin ti hasta volver a encontrarte a la salida de un aeropuerto que me costará volver a pisar si no es contigo.
Hoy se van los 23 con los acordes de fondo de una extinta niebla que apenas logra empañar el corazón aunque sí nuble en ocasiones la memoria. Dan la bienvenida a unos 24 llenos del color de mi poblado cuyas visitas empiezan a llegar a su fin y a la luz que desprenden tus miradas.
Que los 24 sean, al menos, tan buenos como los 23...
Préstame tus fuerzas, dame tu ternura