sábado, 12 de junio de 2010
Rafe y Danny... dos amigos, dos hermanos
Si tuviese que elegir una película que no fuera de Disney, la cual hubiese significado algo en mi vida cada una de las veces que la he visto, esa sería, precisamente, Pearl Harbor.
Podría decirse, de alguna manera, que es mi película favorita y no, no lo es por la belleza de sus imágenes, tampoco por su carácter histórico, ni por la curiosa complejidad de las historias que se entretejen a lo largo del hilo argumental. No, no es por eso, ni siquiera por la riqueza de sus personajes.
La magia de esa película reside en su sentido de la oportunidad.
Si existe realmente eso a lo que llamamos destino sé que el mío no guía mi vida, pero sí me enseña y a veces le basta con la emisión de esta película en el momento justo para recordarme lecciones aprendidas en el pasado.
La he visto en inglés, la he visto en español; la vi con quince años, la he visto con veinte y veintiuno; la he visto en clase, la he visto en el coche, la he visto en un hotel y en mi casa, en el lado izquierdo de mi sofá, el lado de mi padre. Intencionada y por accidente. La vi cuando apenas era capaz de comprenderla, la vi pensando en él, la vi sin fuerzas para seguir caminando, la he visto caminando, con coraje y sin fuerzas.
Y siempre aprendí de ellos, de Rafe y de Danny.
Hoy soy Rafe, soy su necesidad natural de cuidar a su hermano sin buscar otra recompensa que esa sonrisa de ojos rasgados. Soy su impulsividad calmada, el coraje y arrojo de sus decisiones, su fachada de firmeza, los ideales seguros que tiene por bandera. Soy su dolor y su frío, soy su miedo a confiar de nuevo, soy la rabia de cada puñetazo, la lucha interna entre orgullo y lealtad, la victoria final de la amistad.
Hoy soy Danny, soy la confianza ciega de que al girar el rostro verá a su hermano, el que siempre sabe estar ahí. Soy su inocencia, su timidez, las palabras que escapan de entre sus labios sin servir de explicación. Soy su “lo siento” y soy su “la quiero”, su miedo a herir y su dulce determinación.
Soy su entrega, su pasión y su calor, soy su espíritu incansable de lucha si merece la pena la meta, soy su furia y la sonrisa de su rostro al sentir el perdón en esa mano amiga sobre su hombro.
Pero no aprendo de cada uno, aprendo de ambos.
Dos aviones que se enfrentan, uno contra el otro en una maniobra arriesgada y temerosa. Prueba de confianza, prueba de compenetración.
Y un instante antes del impacto giro a la derecha sin necesidad de ver la maniobra de la otra avioneta, la conozco, la sé… gira a la izquierda.
La eficacia de dos pilotos, la unión entre dos amigos, la confianza entre dos hermanos.
La casualidad es caprichosa y a mi esta película me recuerda a una tímida lágrima que escapó de los ojos de una niña de dieciséis años al dejar atrás un simple sueño de ojos azules.
Nathan and Lucas-Two worlds one family
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