Tiempo, ese niño distraído que desordena, juega, se cansa y olvida. Esa madre que todo lo toca y todo lo cambia de sitio perdiendo recuerdos en cualquier rincón. El cocodrilo que espera, acechando en silencio a su presa, retorciéndose sobre las aguas turbias de un río en un constante fluir persecutorio. Es fácil temerlo, anhelarlo y aun más fácil perderlo como agua que se escapa entre los dedos. Es difícil lograr que cada instante cuente, es difícil mantenerse intacto a su paso, y aun más difícil es conservar el orden cuando pasa como un ciclón dejando a su paso tan sólo el caos.
El tiempo ha dejado que caigan los pétalos de la flor de aquello que fuimos, no es ahora más que recuerdos marchitos de otras noches y otras risas. Intentar traerlo de vuelta es inútil, innecesario a su vez, pero aún así sigue siendo bonito que líneas de palabras sigan uniéndonos de la manera más sencilla.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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