Madrid apenas despierta cuando el motor de un avión ronronea mientras sus ruedas se deslizan por un asfalto humedecido por el rocío de la mañana. Rugen las hélices y el gran gigante emprende el vuelo cruzando el firmamento encapotado y oscuro de una ciudad que remolonea en sueños sin querer despertar. Despegan del suelo los nervios y el deseo de pisar ese suelo que de tan anhelado resulta idílico, por delante dos horas de vuelo, tres días de viaje, y cientos de minutos en tu compañía al amparo de ese viejo reloj cuyas manecillas son protagonistas de incontables escenas, poderosas y presumidas como una mujer que se sabe deseada.
Londres espera cuando aun ni ha amanecido, qué mejor manera de despedir a un primer mes agonizante y darle la bienvenida a febrero que llega pisando fuerte.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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