Un banco de piedra gris improvisado en el saliente de una boca de metro le sonríe al sol que después de mucho tiempo al fin se ha dignado a salir. Su superficie fría se mantiene eternamente joven, rejuvenecida en cada vivencia en él guardada de jóvenes que se pierden en un mundo de libertad, apuntes y noches que se dejan olvidadas en vasos de plástico vertidos sobre el asfalto cuesta abajo hacia el campus.
Un banco que fue en su día acogió la sombra de un abrazo provocado por una larga travesía en metro a corazón abierto, el único resquicio de pureza en un juego de a dos donde tan sólo jugaba uno. Que fue testigo de un cariñoso saludo que levantó los pies del suelo a un espíritu con más rebujito de la cuenta y una gran sonrisa dibujada en las mejillas. De una espera con la emoción a duras penas contenida bajo la marquesina de un autobús en la dirección opuesta cuando el sol acariciaba la piel con su calor reconfortante. Y de un corazón que se protege tras una carpeta en colores nuevos de las palabras que portan la más dolorosa de las decisiones cuando la noche fría y cerrada del invierno atrapa con su gélida mano esperanzas y sueños que se habían creído con fuerza para alzar el vuelo.
Pequeñas florecillas han conseguido florecer en las pobres ramas de un almendro recién tallado y desde su soledad le dedican a aquel banco un mirada cariñosa. El semáforo cambia a verde y una chica antes de cruzar suspira cuando los recuerdos roban un instante de su atención, luego cruza de nuevo al presente al otro lado de la acera bajando la cuesta que se precipita hacia el tedio, el cansancio y la incoherencia disfrazadas de edificio en crudos progresistas. Su mente está inquieta, anhela sentir de nuevo el hormigueo en las manos cuando la mirada se pierde más allá de un cielo bañado de estrellas, quiere volver a enloquecer y nadar entre ideas escritas en prosa. Y su corazón le extraña a cada latido al son de la música que retumba en sus oídos.
Brooke Davis-Thinking out loud
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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