Se detuvo el tiempo en un instante y desde lo alto de su vuelo se quedó mirando al mar. La superficie aterciopelada de aquel manto ocultaba en su interior un profundo infinito de secretos que ni con sus más de mil brazos era capaz de alcanzar. Quiso acercarse, bucear más allá, romper capa por capa hasta llegar hasta el fondo en calma donde habitan pensamientos que no se llegan nunca a pronunciar.
Nunca nadie le dijo al sol que el mar acaricia, que sus olas te mecen en calma y te envuelven con seguridad, que su superficie baña en cosquillas frías hasta la piel más cálida. Pero que nunca le permite ni siquiera a sus propias corrientes confusas, llegar al final de cada uno de sus misterios.
Al mar guarda, cual celoso protector, los silencios de cada conversación desviada hacia puerto seguro. El ceño fruncido de cada gesto mal asumido. El suspiro de desgana de una realidad familiar. Y la frase prefabricada que se ve capaz de salir del paso adornando cualquier texto.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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