Y cuando me parecía que mi rutina diaria carecía de intensidad y viajes en metro de pronto la divina providencia me agasaja con algo más de emoción. Nada importante, algo así como seis horas de trabajo más por semana. Noñerías en principio, nada importante la verdad, pues como bien dice mi madre qué voy a saber yo qué es eso de trabajar que no paso ocho horas sentada al escritorio de una mesa de oficina.
Y en el fondo tiene razón, en lo que es horario de oficina vengo escaseando, yo más bien me dedico a la ociosa tarea de recorrerme Madrid en metro que recrea los sentidos con sus apacibles vistas; a mantener al día las materias de mis alumnos cosa que se limita al mero recordatorio de conceptos que tengo afianzados y frescos en la memoria; a organizar estratégicamente aquello que deban recordar que apenas requiere de unos minutos de bolígrafo y papel. Apenas niñerías que junto a organizar las tardes de los viernes y perfeccionar mi más que requerido bilingüísmo de pega apenas me ocupa tiempo en mi más que holgada agenda.
Al final va a tener razón, sabia ella, me quejo de vicio pues apenas trabajo, y nadie se imagina lo que disfruto mis apenas exigentes tareas.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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