Blanco, el color de cada mañana de
viaje en autobús por esa larga calle aun por despertar. Con las notas de una canción tintineando en mis oídos, una suave voz femenina que promete una canción y palabras. Las copas de los árboles de aquel viejo Parque del Retiro apenas tenían ganas de agitarse, su despertar aun quedaba lejano. Y el sol apenas se dejaba entrever entre las nubes, pintando de pálido el cielo en ese instante en silencio entre la noche y un nuevo día.
Blanco como las paredes de aquel viejo edificio que aparece difuminado más allá del cristal.
Naranja, una nueva mañana de trabajo, bostezos que se enfrentan cara a cara con sonrisas de formación profesional y un aula que se llena más si el día es de suerte. El color de ese largo pasillo, de los dibujos llenos de vida en sus paredes, de grandes números pegados en
puertas de cristal. Cristal que separa ese instante donde una sonrisa que no se puede esconder se entremezcla con una respiración contenida, de un nuevo "
Buenos días" que hace que se levante una mirada de un cubo poblado de colores.
Rojo de unas mejillas que pintan sus pecas de nuevo cada mañana; de una sonrisa que se escapa traviesa entre el orgullo de hacer las cosas bien; de un bolígrafo que pinta grandes tics y alguna que otra cruz un tanto más pequeña, perfección imperfecta. El fondo sobre el que se planta una huella, distintivo de una bata que pretende romper con la monotonía del blanco. Junto al amarillo el color de una bandera que rodea tu muñeca y también la mía, el color que se
forma siempre primero en un cubo siempre presente.
Verdes son las expectativas que suben conmigo esas escaleras cada mañana, y la esperanza de un nuevo gran día al entrar y cerrar a mi espalda la puerta de cristal. Verdes son las paredes de la habitación
número cinco, al fondo antes de llegar a control. Y las hojas de los árboles que te esperan desde el exterior, más allá de la galería. Verde el tallo de unas flores prometidas y la navidad en primavera, como verde es también el espíritu guerrero de un ángel con las alas rotas.
Amarillo, el color de la luz del sol que sorprende al salir al exterior terminada la jornada, la misma luz que intenta competir con mi propio brillo tras
cada uno de esos días. Los paseos de vuelta a casa subiendo la calle Narváez sin más acompañamiento que la música y recuerdos recientes. Una frase que provoca una carcajada, un logro que causa un beso y la atención de toda la unidad así como un dibujo en la bolsa de la quimio. Un plato de pasta que arranca una lágrima sin ser un recuerdo triste.
Y
azul. El
azul del mar que rodea unas islas que te vieron partir y volver. El cielo
desde donde aun hoy te puedo ver. La burbuja que llena una habitación llena de silencios, miradas tristes, frentes que se apoyan una en la otra y manos que se despiden con una caricia. Un jersey que se queda olvidado en un sillón,
azul también, y que con dulzura ella lo dobla y lo guarda en el armario. Un tiburón al que no le gusta que le confundan con un delfín y una flota que sólo se hunde si la competencia es, entre risas, algo desleal. Una silla siempre esperándome para trabajar, de nuevo en la habitación número cinco... El color de cada lágrima que se derrama en silencio.
Seis colores, un cubo y una única despedida que nunca pronunció la palabra "
adiós".
Hará tres años, el cielo me arrebató una tortuga, el tiempo no será capaz de robarme ni uno sólo de mis recuerdos.
Te quiero, Eloy