Amanece una mañana más en un junio que se asienta en la comodidad de lo habitual. Un nuevo final palpita entre adoquines dispuesto a rubricarse en su página final, más allá de agradecimientos y merecidos créditos. Resulta curioso darse cuenta de cuanto han cambiado las cosas con apenas meses de diferencia, cómo de pronto viejos desafíos no parecen tan terribles y los acentos se atreven a cambiar. Supongo que en el fondo es cierto y los altos montes se van haciendo pequeños a medida que se van, poco a poco, escalando.
Hoy finaliza un riesgo tomado tiempo atrás, los frutos que dejan son de sabor dulce aunque de algún modo resulta triste recogerlos al fin. Nunca antes había llegado a disfrutar de esta manera con esa lengua maldita que protagonizaba pesadillas y ansiedad, y hoy de pronto se cierra una etapa de muchas mañanas siendo capaz de crecer en otro idioma con la sabia guía de quién se enamoró tiempo atrás de la enseñanza.
Me voy a la espera del resultado de un examen que me veía incapaz de cursar, con escritos que resultaba difícil pensar que pudieran salir de mi puño y letra y con la paz que deja pensar que lo he podido lograr.
Me voy contenta y con el dulce sabor de unos Lacasitos en la recámara.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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