Sonaban ecos de fiesta en la ciudad ardiente, el cielo brillaba limpio entre la vorágine que rodeaba a una fiesta de pompa y artificio que aspiraba a brillar más incluso que el sol, y la multitud parecía esperar a que algo fuera de lo común fuese a acontecer.
Un coche avanza surcando las calles atestadas con destino fijo. El conductor observa a su alrededor mientras sus dedos repiquetean sobre el volante una melodía distraída, es entonces cuando su mirada observa de pasada el viejo retrovisor, y al ser captada su atención vuelve a fijarse en la pareja que descansa en los asientos de detrás en absoluto silencio.
El codo apoyado en el saliente de la ventana y sobre la mano se apoya la mejilla mientras su mirada de ojos claros va dejando atrás edificios conocidos sin pronunciar palabra. Por una rendija entra una suave brisa que le despeina el flequillo aunque él apenas le da importancia pues su mente se ha perdido en mundos por entero inalcanzables.
Ella va recostada sobre su pecho, de aspecto frágil y semblante cansado, como una flor delicada atrapada en un jarrón y lejos del lugar al que pertenece. No duerme aunque sus ojos permanezcan cerrados, deja que los latidos de ese corazón calmen sus enmarañados pensamientos mientras siente contra el brazo una caricia distraída, las yemas de los dedos que suben y bajan recorriendo la piel de su brazo en un dibujo abstracto. Ninguno presta atención al otro, y aun así la complicidad en sus gestos queda patente en el reflejo del espejo que dibuja una sonrisa en el rostro del conductor. Resuena el eco de un cumplido ante tan hermosa pareja y la realidad se hace presente en la mente de los dos jóvenes; una realidad imposible e hiriente que rompe la caricia y da el golpe de gracia con la cruel aclaración.
El conductor carraspea y vuelve su atención a la carretera, ella se incorpora en silencio fingiendo una sonrisa que no siente y él vuelve a mirar hacia el exterior apretando con fuerza el puño donde aun siente la suavidad de la piel que había acariciado.
Se alzaba de pronto ante ella un gigante de rostro burlón que traía consigo sentimientos salpicados de miedo y tensión; como si la realidad en la que se viese inmersa pareciese reírse de ella por encontrarse sola y desamparada entre tal multitud. Alrededor veía rostros conocidos, expresiones amigas que la recibían con cariño al verla aparecer. Pero tan sólo un rostro captaba su atención. Siempre a escondidas y desde la distancia esos ojos claros parecían buscarla sin atreverse a dejarla escapar y sin valor para acercarse de nuevo a ella. Nubes de hielo planeaban entre ellos, tan ajenos a la multitud que les rodeaba como lo eran ellos a la razón por la cual estaban allí.
Ataviada con tan engalanado atuendo aquella vieja conocida se hace por fin con tan anhelado protagonismo y el mundo se vuelve hacia el pedestal desde donde se eleva aparentemente dispuesta a hablar. Toda atención está vuelta hacia esa falda acampanada con motivos florales cuando una mano se posa suavemente sobre su hombro y él se vuelve sobresaltado. La ve en pie frente a él, mirándole más allá del suave manto de sus pestañas sobre los ojos tan oscuros como misteriosos, guardando infinidad de secretos que apenas se pueden mencionar. Siente su corazón latir desbocado y lamenta entonces aquellas cervezas de más que los nervios parecen haberse bebido por él pues el influjo del alcohol le hace incapaz de pensar con claridad. En un susurro apenas audible le pide que se quede con ella, que no la deje sola entre aquella ajena multitud y él, sin saber si por remordimiento o por embriaguez la atrae hacia él en un abrazo estrechándola contra sí.
Ella alza el rostro y de pronto cualquier ápice de razón que pudiese quedar en él se esfuma con un soplido del viento dejando tan sólo esos labios entreabiertos como foco de atención. Se inclina con suavidad, con pasos medidos y facilmente previsibles para detenerse a escasos centímetros de ese rostro inocente que le mira como un ratoncillo asustado. Los dos se quedan inmóviles, a la espera de un valor que no llega, pagando con deseo el miedo a cualquier repercusión.
Ella cierra los ojos sabiendo que su oportunidad ha pasado cuando la coherencia se hace de nuevo dueña de sí misma. y él suspira sintiendo los músculos de su espalda tensarse en un latigazo. El fantasma de aquel beso perdido anida entre ellos y lo que quedaba de aquel abrazo se esfuma cuando ella da media vuelta y se aleja avergonzada.
El la observa mientras se marcha, maldiciendo en voz baja, cargando contra sus propias decisiones, acallando en su mente entre gritos la frase que vibra entre sus labios. Ya no queda nada, la ha dejado escapar y no sabe si alguna vez volverán a encontrarse.
Da gusto cuando la mente de una le regala en sueños una película tan bonita.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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