La realidad consume. Camina entre aceras ávida de nuevos instantes que devorar sin apreciar siquiera el sabor; de nuevas pieles que archivar sin detenerse a contar cada lunar; de bebidas y comidas que engulle sin sentirlas en el paladar; de rostros nuevos y conversaciones superfluas que tan sólo anota sin explorar.
No importan los medios pues la finalidad se resume en sumar, y la noche que difumina la línea de lo moralmente aceptable no hace sino intensificar esa vorágine que aumenta nuevos nombres en una lista vieja.
Es justo entonces cuando sencillamente te vendes, con ansias de novedad, con deseo de volver o huir, con afán por destacar, sin mirar atrás. Cuando te dejas conquistar por lo que entra por los ojos sin detenerse a satisfacer siquiera a los oídos, de lo demás ya ni hablamos. Cuando te vendes barato aun a pesar de que piensas que eres un lote vendido al mejor postor. Y todo por presumir de anécdotas que ni siquiera has llegado a disfrutar, por romper con la monotonía de lo habitual, por lapidar el pasado o sencillamente porque siempre es muy goloso sentirse deseada con una copa de espumoso en estudiada pose entre los labios.
Las lágrimas o la vergüenza que se vuelven en el camino con cada cual... eso, eso es lo que nunca se menciona en tan populares gestas.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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