viernes, 6 de junio de 2014

Hasta pronto, pececillo


Sus dedos de uñas pintadas en dos tonos distintos de azul turquesa giraron la rueda del volumen que controlaba desde el pequeño reproductor de música que tenía el sonido de los cinco altavoces colocados en lugares estratégicos del local. El latir de la música inundó el lugar y ella, sin reprimir una sonrisa mientras se mordía el labio inferior, cerró los ojos y bailoteó en el sitio mientras sus manos atrapaban de las baldas a su espalda un par de vasos de cuello ancho. Al son de la música hizo saltar los hielos de la cubitera hasta atraparlos con el vaso en un tintinear que sonaba mágico cuando Madrid se sumía en la noche convirtiéndose en una jovencita ingenua a la que seducir y conquistar. Con dedos ágiles, mucha experiencia y la sensación de estar incluso disfrutando de aquello, se afanó en verter sobre el vaso el contenido final de una botella gastada de ron y abrir con la otra mano un botellín de cristal de Coca-Cola antes de unirlo y dejar que se mezclase con el ron suavizando su sabor.

El ruido parecía fundirse bien con la música, charlas insustanciales combinaban bien con grupos de chicas que se divertían bailando mientras ella seguía sirviendo copas sin fallo ni descanso, sacando un segundo incluso para dedicarles sonrisas condescendientes a aquellos clientes más interesados en las manos que servían su copa que en la propia copa en sí. Eran muchas las noches que cargaba sobre sus hombros, quizá demasiadas para su corta edad, suficiente era la experiencia que tenía sabiendo lidiar con el líder de la manada; siempre había uno, en todos los grupos de amigos conformados enteramente por hombres, era el cabecilla al que todos secretamente admiraban o envidiaban, el que se acercaba a ella con descaro e intentaba captar su atención con conversaciones insulsas como un depredador que busca adormecer a su presa antes de atacar. Los conocía bien, sabía detectarlos, sabía sonreír en momentos precisos para no perder clientes en el local debido a una anfitriona demasiado desagradable, y sortear con elegancia los comentarios que podían atraparla en un callejón sin salida. En definitiva, sabía nadar bien en esas aguas llenas de corrientes.

Escuchó los comentarios que pretendían sonar graciosos al escapar de entre los labios de aquel chico que esperaba su copa encaramado a la barra. Ella esbozó sonrisas ocasionales sin dar demasiado pie a que la conversación continuase e incluso le permitió que cogiese su mano y le hiciese dar una vuelta sobre sí misma siguiendo el ritmo de la música, con más torpeza de destreza como bailarina. Terminó la copa, se la tendió y una vez cobrada el chico no vio más salida que dar las gracias y despedirse liberándola por fin de su asedio.
Agachó la cabeza y sonrió para sí misma, pues lo cierto era que se divertía con la situación. Y cuando alzó el rostro de nuevo se encontró con esos ojos grises que conocía bien, clavados en ella ignorando las bromas soeces de su grupo de amigos. La sonrisa en su rostro se amplió y él alzó la copa de la que bebía hacia ella felicitándola por haber escapado de un nuevo anzuelo, uno de tantos cada noche. Acabó la copa, la posó en un lateral y siguió a sus amigos de camino a la salida del bar sin que ella le perdiese de vista hasta que salieron por la puerta doble y estrecha del local.
No le escuchó pero le leyó los labios y su despedida le hizo morderse el labio para reprimir una nueva sonrisa.

'Hasta pronto, pececillo'













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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura


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