Lo bonito de trabajar rodeada de pequeños es que, de pronto, el detalle más pequeño se convierte en todo un mundo de significados. Todo esto que estoy viviendo sé que es temporal y que cuando llegue a su fin más temprano que tarde será demoledor tener que decir adiós a cada uno de esos rostros curiosos que me miran con poca comprensión.Pero lo estoy disfrutando tanto como lo haría una niña en Navidad rodeada de luz, color, musiquillas distorsionadas y el salón lleno de juguetes.
Y es así como un jueves cualquiera como otro de cualquier semana, al entrar en la clase de esos pequeños revoltosos que reciben sin protestar la reprobación del adulto cuando se portan mal, un pequeño bichejo de largas pestañas enmarcando unos ojos castaños se te acerca con el puño cerrado. En su interior una sorpresa que de pronto despliega dos inmensas alas llenas de luz y color que se entretejen a la espalda sin vuelta atrás. De pronto me siento grande y, si se puede decir de esa manera, mágica. Poderosa hasta el extremo y capaz de lograr alcanzar las estrellas. O quizá tan solo me siento importante para alguien tan chiquitito y tan grande a la vez y eso es lo que me da esos aires de sobreactuado poderío.
Que bonitos son los niños, que bonita es mi profesión, cuanta magia oculta en el rinconcito más pequeño e inesperado.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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