Algún día, espero no muy lejano, aprenderé a no intentar seguirle el ritmo alcoholico a los hombres. No porque no pueda pues capacidad tengo sobrada, sino porque después me pasa demasiada factura cuando caigo rendida en el sofá sin saber si soy yo la que gira o si es el mundo al que le da por bailar a mi alrededor. Y cuando eso pasa a una hora decente, llamémosle las cinco de la mañana donde no hay testigos más allá de mi dulce gatito, aun es gestionable. El problema aparece cuando llego a gatas cuando apenas acaba la hora de la cena y el espectáculo en mi dulce hogar se vuelve de entrada libre y gratuita. Y en esas acabo, etilizada en el sofá innmune a las bromas que esto produce a causa del alto grado de resaca corporal.
Lo mismo igual, con esto de trabajar, maduro o algo.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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