Érase una vez, según cuenta una más que vieja leyenda, que se escuchó a altas horas de la madrugada el tintineo de un teléfono móvil anunciando la llegada de un e-mail. Fácil habría sido ignorarlo deliberadamente, dar media vuelta y sumirse de nuevo en el sueño, pero la curiosidad es traicionera y entre las brumas de la noche una mano alcanzó el pequeño dispositivo e iluminó su pantalla.
El corazón dio un vuelco y empezó a latir contra los oídos con la fuerza de un ciclón. Ahí estaba el tan temido texto que anunciaba que una calificación esperaba entre datos y más datos, perdida en la nube, a ser alcanzada por su dueña.
Fue entonces cuando la noche se tornó caos y la imposibilidad de dar con la respuesta a mi gran interrogante, el resultado del trabajo de todo el año, un sí o un no, una calificación que significaba mucho más que un número. Los minutos caían sonando con eco en la parte trasera del cerebro, acelerando las constantes vitales a medida que la calificación se tornaba a cada segundo más esquiva. Aun ni siquiera se explican los sabios como fue capaz de conciliar el sueño entre tanta incertidumbre.
No fue hasta la mañana siguiente, cuando los primeros rayos del alba la despertaron, que pudo conseguir por fin abrir el documento con manos trémulas y el corazón a punto de salir huyendo en busca de un instante mejor.
Sólo habría faltado que las noticias que tan esquivas habían resultado hubiesen sido, además negativas. La onda expansiva que aquella situación habría provocado habría resultado devastadora para la humanidad sin la menor duda. Por suerte no fue así, por suerte el número fue el esperado, superior a ese sesenta por ciento que marcaba el límite.
Contuvo el grito pero no así la expresión de júbilo y felicidad pues, aun a pesar de las dudas, lo había conseguido.
Es hora de buscarse nuevos retos.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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