La noche se cierne sobre Madrid y un peculiar grupo de apenas desconocidos se junta con un mismo propósito. A veces la mera búsqueda de diversión no es mala y te otorga instantes que además de curiosos se tornan un bonito recuerdo.
Gente que se encuentra sin más exigencia que la compañía y que pierde sin dificultad alguna prejuicios y opiniones preconcebidas por el bien de una noche más de aquellas que se catalogan como memorables.
El calor del verano madrileño aprieta y al hielo de los vasos apenas le da tiempo a derretirse antes de quedarse sin líquido a su alrededor. La pompa y el adorno previo se pierde, el pelo se recoge y danza en cada vuelta y ni los tacones resultan realmente molestos cuando el contexto sabe llevar el paso.
Pasan las horas atrapadas entre flashes de fotografías, cambia la música hacia otras épocas donde todos eramos más jóvenes e inocentes. Y también esa música se baila pues al final lo que cuenta es pasárselo bien y olvidarse de la posibilidad de hacer el ridículo.
Que bonito resulta dejar a Madrid que amanezca en compañía cuando el camino conduce hacia unos churros en San Ginés con agujetas en todo el cuerpo y una suave sonrisa de satisfacción.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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