La noche se cierne sobre la ciudad y el ruido de músicas estridentes empiezan a retumbar más allá de cientos de puertas que llevan a una realidad que dista mucho de aquella que se vive en las aceras.
Cualquier momento es siempre bueno para disfrutar de una cena en agradable compañía, y aun mejor para un mojito a cuenta de la casa entre bromas bienintencionadas y ganas de romper con la monotonía laboral.
Qué cómodo resulta a veces dejarse envolver por el embrujo de una noche más, una que se va improvisando sobre la marcha con viajes distraídos en metro y paseos por un Madrid de fiesta y farolillos cruzando de lado a lado de cada acera.
Pues hay días que sencillamente salen bien y entonces ni siquiera los lugares que se evita frecuentar resultan tan pesados, aun a pesar de que monos de chaqueta rosa se contoneen sobre la barra buscando atención. Hay días en los que es muy sencillo reír y dejarse llevar, disfrutar de compañías perdidas años atrás y otras recién encontradas. Y después volver a casa y al acostarse y cerrar los ojos sentir que la sonrisa difícilmente se borra.
Hay noches en las que, sencillamente, Madrid es muy divertida.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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