viernes, 25 de julio de 2014

Ningún niño debería crecer jamás


Ruge suave el viento más allá del cristal, agitando la copa de las palmeras que rompen como pequeñas gotitas en verde con la monotonía de la sombra tostada. La noche apaga el brillo azul del mar y la luna que riela sobre la superficie cobra todo el protagonismo en un lugar donde la luz artificial acaba por ser más bien escasa. Tan sólo la calidez de la luz del hogar hace sombra a una imagen de belleza tan fría cuando el estómago queda saciado y la televisión regala una película que trae de vuelta la niñez ajena, que no la propia.
Poder disfrutar de estos pequeños instantes acurrucada sobre su pecho sin darme siquiera cuenta de la fecha que marca el calendario se vuelve sin esperarlo como un pequeño tesoro, pues aquel animalillo sin dientes que copa el protagonismo de la pantalla trae consigo recuerdos no tan dulces que resultan más livianos si cargo con ellos a tu lado.
Que me permita pues el mundo cerrar los ojos y congelar el tiempo en este instante, aunque signifique cerrar la cuenta en dos más dos, pues envejecer nunca fue sano y me gusta disfrutar contigo de la niña que aun vive en mi.












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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura


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