Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:
-Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro...
Mi memoria es un corcho lleno de fotografías. Rostros que no tienen nada que ver unos con otros, tan distintos todos entre sí y tantos que he perdido por completo la cuenta.
Historias de niñas, bailes de infancia, caricias clandestintas y miradas que no esperaban ser sorprendidas.
Rostros que esconden un primer beso torpe y una película apenas recordada, envuelta en nervios y miedo. Otros que saben a sal, a mar y a fresa; y a manos entrelazadas que son una mariconez. Rostros que nunca llaman pero que buscan, que vencen el orgullo sin escapar de él, que roban un beso pero no la intención.
Rostros que son pequeñas pinceladas olvidadas en el tiempo de pintura mezclada con alcohol.
Y una mirada de melodía conocida aunque a veces desafinada. Notas a un teclado que dibujaban una sonrisa y llenaban de calma el corazón, una calma un tiempo perdida y jamás recuperada.
Más fotografías, la que refleja la inocencia de una niña que empieza a crecer a golpes de realidad; otra que atesora una broma compartida en unas escaleras oscuras. Una tercera que se vuelve esquiva, arrepentida tal vez. Y la cuarta, arquitecta que construyó un pudo ser que ella no quiso convertir en un fue pues otra equivocación ocupaba su corazón.
Un amanecer, un beso que tenía que ser de verdad y dos personas que comparten un mismo instante. Junto a ello una princesa y un asunto que va despacio entre las luces de unas fiestas patronales. Y en la esquina un mismo azul con dos tonalidades tan opuestas, recuerdo de un verano que dejó una flor marchita olvidada sobre la arena.
Imágenes de un vampiro que se refleja en los espejos y deja su marca a mordiscos antes de desaparecer o ser echado acompañan a la improvisada anécdota de una Cenicienta que no pierde el zapato pero a la que le cantan al oído. Tras ellas instantáneas en un mismo escenario: aventuras al otro lado del charco que hablan de un gol; encerronas a traición y una sonrisa dulce que se pierde entre alguna canción.
Y de pronto suman tres; un error, una broma y un pañuelo anudado al cuello o quizá habría que cambiar el orden pues la broma con acento del sur duró su tiempo aunque los mejores besos vienen desde Luxemburgo.
Pasa el tiempo deprisa, a ese muro aun le queda espacio pero las fotografías en él colgadas se empiezan a terminar. Un abrazo que evita el frío y que sonó a música con arreglos. Una pluma que juega traviesa por la nariz y ofrece sus guantes. Si olvido algo lo pintó en blanco el alcohol.
Dos más y termina mi mural; un beso ante cámaras grabado que quiso ser evitado, que fue suave y que al final llegó al corazón como esa pulsera que a traición cambia de olor. Y un juego, mi juego más reciente, que insinúa sin mostrar y que apenas me divierte.
Tantas imágenes, a cada cual más especial. Algunas insignificantes, otras que fueron un mundo y una verdad eterna en una fotografía y otras que incluso no llego a recordar; todas llenando un corcho pero por ninguna dejaría el tablón vacío. Por ninguno de esos besos detendría hoy un autobús.
Lucas & Brooke-All we are
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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