Nos medimos en tiempo.
Ante cada situación desenrollamos esa vieja cinta métrica de modista, amarillenta y de números gastados por el uso, para medir uno por uno los segundos que suman. Los matrimonios se miden en aniversarios, la vida en las velas que soplamos, las relaciones en las veces que el calendario pasa por esa fecha hecha muesca en el tronco de algún árbol, el aprendizaje en los semestres que cursamos y los exámenes que suspendemos, incluso la ropa que vestimos la medimos en los días en los que nos la ponemos.
Todo se mide en tiempo y quizá ahí esté el fallo. Hoy vuelvo la vista atrás no para pensar en entonces como un instante con fecha de caducidad; que la tenía, como los yogures, y bastante próxima por cierto. Sino para medirla en instantes.
Quiero medir aquel entonces por las sorpresas cuya preparación me mantuvo en vela hasta altas horas de la noche, en las clases de primero pasadas con la vista fija en el vibrar del teléfono. Medirlo en visitas al teatro y caricias clandestinas, incluso en planes propuestos que no se cumplieron nunca. Quiero medirlo en cada gota de lluvia que baño la acera de ese viejo Cinco de Abril de cuando aun éramos inocentes y torpes, y sonreír después al darme cuenta de lo mucho que mereció la pena apurar nuestro tiempo al máximo.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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