Ponerse metas a uno mismo es inevitable, algo inherente a la naturaleza del ser humano. Necesitamos de esos pequeños incentivos, a veces tan nimios como un baño relajante al terminar todo lo demandado, a veces un poco más desafiantes como la casa de en sueño en lo alto de una colina con vistas al mar. Y los necesitamos porque es aquello que nos invita a seguir adelante y seguir creciendo. O a veces porque son los que marcan el final de una etapa y el inicio de una etapa siguiente, más nueva, distinta, desconocida e intrigante.
Para mí ocurrió algo similar, mi primer gran objetivo orientado hacia mi primer gran sueldo. Quizá no ha sido tan abundante como mi mente adolescente había podido planear pero para mí ha sido lo suficientemente satisfactorio. Es hora de plantearse ahora nuevos objetivos y marcar los ritmos de nuevas etapas.
Game on!
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