Me gustaría hacer homenaje hoy a esos niños que son rebeldes y desobedientes. Aquellos que desoyen la orden del adulto que, por su propio bien, les invita a no soñar y a posar los pies en el suelo. Los que cuanto más son reprochados más impulso cogen sus pequeños pies con destino a las estrellas entre ensoñaciones varias y creatividad creciente. Que bonitos son esos niños que sin miedo sonríen y sueñan pues a veces, si el mundo adulto no hace mucha mella en ellos, serán capaces de alcanzar y atrapar con la mano abierta todos esos sueños que un día tuvieron.
Porque crecer resulta en realidad algo inevitable, todos ellos se desprenderán pronto de ese halo de niñez al dejar atrás la etapa de primaria donde hasta los deberes se antojan compasivos. todos ellos caerán pronto en el tedio de empezar a ser mayores entre desilusiones, exigencias y caídas y de pronto, si no han soñado de niños, no tendrán tiempo ahora apenas para hacerlo. Por eso el niño que de niño sueña resulta un soplo de alegría pues esos niños sabrán dar con el camino, sin perderse, para alcanzar sus sueños.
Yo fui niña de las que rara vez se dejaba caer por el mundo real. La bici más ajada era un caballo con alas, los pañuelos viejos un vestido de gala, y la nada podía convertirse en un todo si la imaginación sabía conjurar al príncipe. Y hoy, que de niña solo me queda la sonrisa que se dibuja al recordar a un pequeño duende que vuela sin alas, me doy cuenta que los sueños se cumplen y que el príncipe supo aparecer en el cuento real.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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