Atardece entre nubes que descargan lluvia sobre una ciudad tan eterna como el tiempo en la cual descansan restos de civilizaciones tan antiguas como recordadas. La imagen parece retratada en blanco y negro a la espera bajo un soportal frente a una tienda de reja bajada. Y así, entre la monocromidad del ambiente y los transeúntes que caminan con la cabeza gacha, ellos se dan la mano y rompen a correr como si pudiesen escabullirse entre las gotas que les caen encima, camino del acueducto con la reflex en la mano y una sonrisa en el rostro.
Los rizos caracolean enmarcando su rostro cuando suben a lo alto de la escalinata, del maquillaje de por la mañana apenas queda un recuerdo difuminado y los pies parecen aun no acostumbrarse a esas zapatillas nuevas mientras trastea entre botones fingiendo que sabe como dar con la configuración perfecta para la foto que tiene en mente.
La capucha amarilla de la sudadera se recorta contra el cuero sintético y de aspecto gastado de la cazadora color caramelo. Los músculos trabajados de su espalda se delinean al apoyarse sobre la barandilla de piedra en una pose de estudiada ausencia, y la mirada se le pierde más allá del conjunto de piedras que conforman aquel impresionante monumento. Sonríe travieso a sabiendas de que, tras él, se prepara una fotografía.
Disfrutan entre paseos por esas calles al encuentro de una nueva fotografía, una cerveza distinta o simplemente un nuevo lugar donde descansar. Caminan dados de la mano y de vez en cuando el camino se detiene cuando él la atrae y la besa sin poder contener una sonrisa. Son felices y, al contrario de la creencia popular que dice que el amor dura dos años, siguen enamorados.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura