Y de nuevo es momento de cerrar una nueva etapa y algo en mí siente cierto vacío pues esto es parte de lo que soy, lo que se me da bien y lo que disfruto como una niña más. Pero no es motivo para caras tristes, al contrario, pues ese grupo de niñas que avanza cogidas del brazo me han dado la oportunidad de verlas crecer viernes a viernes, haciéndose poco a poco conscientes de que hay un mundo más allá de sí mismas. Una realidad que rompía con aquella que había vivido los pasados dos años, un grupo nuevo que tenía muy difícil alcanzar la perfección del grupo de los dos últimos años, y aun así han sabido estar a la altura dentro de ser niñas de 12 años; un grupo con un potencial inmenso a explotar si tengo la ocasión de seguir con ellas el año que viene.
El futuro es incierto pues, aunque por un lado me daría mucha pena tener que renunciar a ellas, por otro lo estoy deseando siempre y cuando eso signifique trabajo en aula. Veremos lo que depara el septiembre que viene, por el momento simplemente las veo alejarse, saludando a todo aquel con el que se cruzan por la calle como un juego inocente y simple. Y es que, a fin de cuentas, solo son niñas.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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