Que raro resulta de pronto tanta importancia a lo que no es sino un mero número que cambia en casillas ocasionales de formularios sin un exceso de relevancia. De pronto emergen de la tierra deseos de agasajo, coronas de plástico que aparecen sin esperarlo, pulseras de oro que reclaman una atención carente de sentido. Planes lejanos que se antojan tan pesados como aburridos y poca compañía de interés.
Y en eso y con la rodilla inutilizada por culpa no tanto de la lluvia y si bastante de la propia torpeza, se plantea de pronto la duda de si ser parte observante de tan artificioso evento o si sencillamente hacer acto de no-presencia alegando cojera crónica y ausencia de transporte fijo. Y en esas que estamos, que por no aguantar discursos radiofónicos y demasiada fastuosidad, casi que prefiero quedarme bajo mantas arropadita y con el sonido de la televisión de fondo.
Aumenta el número con constancia aunque no un exceso de presteza, caminando despacito como las manecillas negras y sencillas de un viejo reloj de esfera blanca y plástico envejecido que cuelga sobre una pizarra en verde. Los segundos pasan con desesperante lentitud y una voz rasgada y monótona corta el aire y planea sobre veintisiete cabezas de mente dispersa en una historia que poco o ningún interés despierta.
Es entonces cuando la imaginación despierta y se derrama sobre el margen cuadriculado de un cuaderno viejo y ajado, víctima del tiempo y de un curso eminentemente largo. Siluetas por definir adornan el marco de apuntes incompletos y dos iniciales resaltan en sus rasgos de tinta azul aun brillante y húmeda. Suspira con suavidad al cubrir por última vez ese trazo en bajada y luego el bolígrafo cae sobre el cuaderno, carente de protagonismo pues su mirada se pierde entre rostros somnolientos hasta dar con aquel que no repara ni en su presencia.
La cuenta aumenta en uno hasta el veintiocho con la decisión y el deseo inquebrantable de una adolescente. Quizá sea un cariño efímero, carente de base vivida, pero arde con intensidad como el calor que aun emana del sol que despide al verano en una terracita cualquiera de un viejo Madrid.
Y aunque proyectos añejos sigan hoy aun en construcción y con predisposición real a ser terminados surge de pronto en la mente esa llama inapagable de ilusión por una idea nueva.
Lo que se creía apagado, producto de un pasado que se antoja el de otra persona y no el de la realidad imperante, renace de nuevo con mucha más luz, más madurez y muchas vueltas aun pendientes de ser dadas.
Con algún que otro cambio con respecto a viejos sueños, restándole toda importancia a los pilares que antaño sacaron aquel viejo juego adelante para dársela a nuevas promesas que pretenden aglutinar ese mismo pasado dándole nuevos trazos en colores limpios. Con un nuevo enfoque basado en la amistad más tierna y en la propia superación en una etapa en la que los sueños a todos se nos alejan con demasiada facilidad y el camino se llena de riesgos que no siempre estamos dispuestos a correr.
Mi cuaderno se llena hoy de líneas en azul, de ideas que forman un primer esbozo de algo que será en un futuro, de ilusión por recuperar aquellos personajes con los que tanto llegué a encariñarme, de realidades que retratar entre metáforas y de errores que ya cometí en un pasado y que me vuelven reincidente en ciertas lindes.
Mi cuaderno se llena hoy de la vida de una nueva historia por contar.
Recorrer los pasillos camuflados de un hospital que se maquilla para no parecer tan triste como es en realidad. Los zapatos taconean en un andar apurado, como si la vida le pasase demasiado deprisa a ese espíritu joven que dedica sus horas a aprender sin reparar en las torpezas salvo para arreglarlas y no repetirlas. Como dice el dicho, para atrás ni para coger impulso.
A ambos lados resuenan entre susurros conversaciones en las que no tiene intención de irrumpir pues aquel es un sitio donde la intimidad es tan sagrada como fácilmente interpretable. Y de frente le espera una inesperada sorpresa enmascarada bajo una gorra vieja y un ya conocido forro polar azul.
La sonrisa luce tan brillante que ni el sol le hace justicia cuando acelera el paso y la bata hondea tras sus pies como una estela en el pasillo. Se le acerca de improviso y el sobresalto inicial da paso a la vergüenza más tierna cuando la reconoce y las pequitas de sus mejillas se encienden. Lo demás no son sino bromas y comentarios ligeros que le hacen irradiar toda la felicidad que le produce el encuentro entre sonrisas y un desparpajo poco habitual en ella, por natural tímida.
Después se aleja, con aquello que había ido a buscar entre manos y mucho más de lo que esperaba en el corazón, y una conversación escuchada por accidente que le sonsaca la más natural de las sonrisas pues a qué chica no le gusta que le llamen guapa.
Cuando te extraño busco recordarte y así la ausencia parece ser no tan difícil.
Las malas noticias no son nunca fáciles de asumir. Ni siquiera cuando no tienen que ver con una misma. Reencontrarse con un viejo amigo de la infancia puede resultar un momento cuanto menos curioso pero lo que una nunca espera es que ese reencuentro traiga consigo noticias de aquel que fue siempre importante, menos aun noticias tan inesperadamente duras.
Mucho ha llovido desde esa última mirada de soslayo que cruzaron aquellos dos adolescentes que nada sabían uno del otro y qué sabían bien cómo ignorarse. Aun mucho más desde la infancia en la que comunicarse parecía más sencillo aunque fuese tan sólo para compartir viejos juegos. Y aun a pesar del tiempo la noticia es por igual desoladora al pensar que en esta ocasión ni tan siquiera me enteré a tiempo.
Cuanto lamento que la vida haya sido con él tan sumamente injusta. Él que parecía tan titánico e impasible con su gesto siempre a desgana y su atención perdida en acordes musicales que ni siquiera conozco. Siempre sereno y decidido, ocupado tan sólo por aquello que parecía importarle y poco más, y entregado en alma y corazón a aquello que llegaba realmente a apasionarle. Tan sólo confío en que nunca le abandone esa fuerza que tiene y sepa reponerse aun incluso de golpes tan duros. Sin que sirva de mucho una parte de mi corazón está hoy, y estará siempre, con él pues al final todos venimos de un mismo lugar.
Y que por más que pase el tiempo siga sabiendo arrancarme esa sonrisa única de admiración y satisfacción que él y tan sólo él es capaz de lograr en cualquier mañana de domingo. Aunque sea sentada sola en un sofá que no es el mío, aunque sea bajo régimen de contención para no alarmar a vecinos ajenos o no ganarme miradas de incomprensión que llegan desde la cocina donde los hay que se afanan en cuidarme con mimo.
Hacía un año que el mundo del motociclismo no disfrutaba de su gran sonrisa en lo alto del podio, hacía un año que no le veíamos cruzar la meta en primer lugar entre vítores y aplausos. Hacía un año que la grada no rugía a su paso en cada curva. Y hoy por fin, un año después, y en ese trazado que se ha vuelto tan especial con el tiempo, en casa y con ese amigo eterno fundido en alas a su espalda, se ha alzado por encima de los demás para conquistar lo más alto de ese podio donde tan sólo caben tres.
Resulta admirable, mágico en toda su esencia, como consigue después de tantos años, de tantos títulos, y de tanto como ha demostrado; seguir emocionándose con cada victoria como si se tratase de un principiante más que llega por vez primera al corralito de la máxima categoría.
Sin duda alguna él y tan sólo él es y será el rey. Los demás meros príncipes con aspiraciones al título.
Organizas una cena con un plan cuyo único atractivo reside en la comida pues la localización es por lo pronto lejana, la compañía no es del todo cómoda, y el día coincide con otros compromisos por voluntad ineludibles. Y aun así consigues que pese a los inconvenientes la gente acceda a acudir a tu plan aun sin saber muy bien por qué pues un sushi casero tampoco es que sea el manjar con el que todo el mundo sueña. Bien, llegados a este punto hay algo que mi proceso de razonamiento no asimila. Si a pesar de todo logras la asistencia de los invitados aun cuando por tu parte no hay intención alguna de facilitarles las cosas por hacerles llegar. No termino de comprender por qué la promesa de un manjar concreto se torna una llamada al chino aun sin saber si quiera si en su carta hay el plato prometido.
Es decir, se ofrece un plan que no es cómodo pero ahí está, no se aportan datos llegado el día ni de hora o dirección, no queda claro que se hará una vez acabado, y de aquello que se ha prometido elaborar no queda ni rastro debido a inclemencias temporales. Yo aun me sigo preguntando por qué habremos acudido.
Empiezan a llegar las oportunidades aunque a cuentagotas, las buenas noticias aunque solo parciales. Una entrevista es siempre un cara a cara entre dos mentirosos.
Dos equipos enfrentados, uno que engalana en positivo las virtudes de aquello que tiene para ofrecer. Seamos honestos, un colegio es siempre un colegio y por más que se pinte de caritativo, humilde y honesto no deja de ser una empresa donde cada cual mira por el bien de lo suyo propio. Por más que jure que lo que busca es calidad humana lo que en realidad se pretende conseguir es a aquel candidato con experiencia suficiente como para no tenerle que enseñar como tirar "p'alante". Y que por mucho que se diga que lo importante es la educación de los alumnos o comulgas con la ideología imperante o estás fuera, sin más ni más.
El otro enmascarado en predisposición, humanidad, caridad y buen hacer.
Seamos honestos un candidato que busca un puesto de trabajo vendrá siempre enmascarado tras aquello que cree que el entrevistador en él puede buscar. Mostrará ilusión aunque la realidad muy probablemente sea que el puesto no le interesa, lo necesario es la ocupación, la nómina y la experiencia. Mostrará coincidir con los valores aunque lo más probable sea que al salir de la entrevista comente con sorna lo fácil que ha sido descubierto su engaño. Mostrará admiración por el proyecto aunque en su mente se barajarán probablemente todas las pegas posibles desde el horario, hasta el sueldo pasando por la ubicación.
Pero desde el punto de vista del observador todo será acuerdo, comodidad e interés; o al menos será así hasta que resulte que no hay una llamada telefónica de vuelta. Tampoco hay problema, todo es siempre un poco más de experiencia cuando apenas se está empezando a caminar.
Se dibuja de pronto en el horizonte una nueva oportunidad que nadie esperaba ni supo ver venir. Sí, quizá no es aquello con lo que soñaba, ni me tendría ocupada a tiempo total, pero es innegable que la oportunidad por lo que es llega a tocar la fibra caprichosa. Y es que de pronto se funden en una misma posibilidad dos pasiones, que aunque al final acaben convertidas en una realidad completamente diferente a aquello que soy capaz de imaginar, a día de hoy hace palpitar el corazón. Sí, cierto, iría en compañía del inglés que no es que me haga ilusión pero al parecer en esta partida la pinta es el idioma anglosajón y yo tengo en mi baza los palos que puntúan, toca jugar. Si cierto, la edad es limitada y el peso es de extraescolar en comunión con lo que las docentes indican, no sería sino un juego de apoyo a un baile al que aun no he sido invitada.
Pero no deja de incluir un escenario, no deja de entrelazar educación y teatro, no deja de jugar con aquello que me mueve día a día desde que tengo casi uso de razón. No deja de ilusionarme aunque sepa que la realidad jamás hará justicia a la ilusión.
Veremos que depara el mañana.
Septiembre tiene una magia especial pues después del musical siete llega el nueve resignando al ocho a un merecido fundido en negro propio del anonimato justificado.
Y como el ocho se funden a negro también los focos de un teatro de escenario olvidado dejando huérfanas a aquellas butacas grises que quedan una noche más en silencio y con el suelo libre por completo de cualquier resto de actividad humana. Entre esa calma que vuelve a ese escenario un improvisado santuario dos jóvenes se acomodan en el borde, con los pies cruzados oscilando sobre lo que debiera ser el foso y las manos apoyadas sobre aquel improvisado adoquinado que busca imitar las viejas aceras de un Madrid que tan solo vive en la memoria. A su espalda un decorado que recuerda a las fachadas de edificios antiguos llenos de pósteres publicitarios viejos y descolgados, el letrero luminoso de un bar que vivió épocas mejores cuando el treinta y tres resonaba en la mente como algo más que un número.
Ambas chicas alzan el rostro hacia la paz que emite el primer anfiteatro y se dejan llevar por el cálido sentimiento de sentirse por un momento en calma en aquel lugar que por más que pase el tiempo será siempre suyo aunque sea tan sólo en la imaginación.
En lo alto de esa improvisada terraza a su derecha, donde antaño un chico joven y lleno de sueños se asomaba a contar su historia viven ahora las personas en las que se han convertido; dos mujeres que paso a paso van logrando sus sueños casi sin darse cuenta, recorriendo un camino que quizá no es el que idealizasen en un pasado pero que sin duda es capaz de llenarlas de maneras que ningún cuento idílico lo haría.
A su izquierda, a refugio en esa habitación de cama deshecha y posters descolgados viven la inacabables conversaciones que en más de una ocasión les ha quitado el sueño entre carcajadas y proyectos quizá algo absurdos pues aquello de escribir un manual sobre como conquistar a un futbolista en diez cómodos plazos no sonaba muy plausible.
Tras ellas, en lo alto de aquel segundo piso, viven las historias que han compartido, aquellas que manejaban a su antojo y capricho como titiriteras de un escenario que tan sólo vive en el papel y que aun hoy se convierte en refugio en más de una ocasión cuando se sumergen de nuevo en aquellas palabras que aunque torpes jamás se antojarán viejas.
Y en el escenario sus recuerdos, todos aquellos que han compartido y las veces que han sabido comprenderse y ayudarse a levantar pues lo bonito de una amistad es eso, que una tiene siempre la capacidad de levantar a la otra por muy bajo que haya caído.
Lo que queda frente a ellas, cruzando esa doble puerta al final del pasillo de butacas no es sino su futuro. Un futuro que les espera con los brazos abiertos e inesperadas sorpresas, quizá buenas o quizá no tan buenas, pero siempre compartidas.
Que bonito es tomarse siempre un respiro y volver a casa, allí donde estas a gusto con la gente a la que más quieres. Hoy, en tu día, me tomo ese respiro contigo en aquel escenario que siempre fue nuestro sabiendo que aun nos quedan muchos otros escenarios por compartir.
Siempre me han gustado los eventos deportivos a nivel nacional. Quizá en muchas ocasiones no sean una delicia en la que recrearse, quizá no sea sino un partido insulso o una carrera predecible, pero siempre tienen en común ese elemento unificador que tan solo el deporte logra alcanzar.
Sí, sin duda soy consciente de la pompa corrupta que rodea a los espectáculos de grandes masas y sí, soy también consciente de lo injusto que resulta que por nada se pueda llegar a lograr tanto cuando a aquellos ciudadanos de a pie nos cuesta el sudor de nuestra frente llegar a ganarnos el pan.
Pero no deja nunca de admirarme el espíritu que rodea a cualquier evento deportivo por insustancial que sea. Hay un halo especial rodeando al ejercicio deportivo de competición, una atracción que lleva a un país a reunirse en torno a una pantalla y olvidar aquellas disputas que les separan a diario, y eso es admirable. Como lo es también la atmósfera de superación que parece vibrar en el ambiente mostrándonos como el ser humano es capaz de alcanzar la grandeza si se lo propone y la realidad le apoya.
Resulta de algún modo mágico ser partícipe de esa lucha al unísono entre quienes participan y quienes desde la sombra se convierten simplemente en el grito de aliento. Supongo que nunca me dejará de admirar lo que el deporte nos da aun a pesar de ser consciente de todo cuanto nos arrebata.
Argumentos en disputa.
Personas desencontradas que se reúnen en un punto cualquiera de una gran metrópoli. El tiempo ha hecho mella en ellos aunque la distancia que los separa parece de pronto reducirse a una mera mota de polvo cuando en ella se centra todo su campo de visión y la sonrisa boba asoma. Ella se toca el pelo y sonríe y de pronto el girar del mundo parece suspenderse a su alrededor, como si no existiese nada más allá de esas dos miradas que coinciden en un mutuo sentimiento de familiaridad.
Pero a pesar de ese paréntesis en la realidad que supone su reencuentro cada uno ha elegido un camino que seguir y ella se siente irremediablemente obligada a seguir su destino aun al margen de lo que le grita su corazón. Es por eso por lo que, a pesar de que la distancia parece de pronto evadirse entre ambos y la confianza renace a llamaradas intensas el tiempo en soledad impuesta permanece y aquellas decisiones se vuelven de pronto tan reales que resquebrajan la burbuja de cristal que parecía, por un momento, alejarles del mundanal ruido.
Es entonces cuando en él bulle el resentimiento hacia el género femenino y rompe en argumentos hirientes en contra de cualquier flirteo previo a una noticia desoladora, ignorando el hecho de que aquella decisión no ha sido sino un medio de escape provocado por él mismo, ignorando el hecho de que aquella noticia no es sino una llamada de atención, un grito mudo para hacerle despertar y lograr que no la vuelva a dejar marchar.
Supongo que cada cual, con su bagaje a la espalda, interpreta las situaciones a su manera lo cual no lleva sino a generar una disputa cuando las perspectivas se vuelven radicalmente opuestas y hay un pasado similar en el escenario de la discusión.
Entre la incertidumbre de los sueños aun no cumplidos aparecen en torrente las dudas sobre la propia valía y el camino que se ha elegido. Es inevitable pensar que quizá aquella senda no era la propia y que lo sensato reside en cambiar para labrarse un futuro propio con otros destinos a la vista. O quizá meramente desviarse un poco del camino para tapar heridas y aprender antes de recuperar el destino que firmemente crees que te espera.
En esa situación me encuentro yo tras un año sin logros y la perspectiva de que el siguiente siga la misma rutina. Pues cuan difícil se me hace sentarme y cruzarme de brazos, tanto como aceptar que más no se puede hacer y lo que resta es confiar cuando apenas queda confianza en un solo resquicio de mi mente.
Podría cambiar, es cierto. Podría escuchar el consejo ajeno y buscar más allá de aquel camino cerrado de baldosas amarillas, sin duda podría encerrarme en un cubículo oficinista ante un ordenador y encadenada a un teléfono. Podría, pero no sería sino dejar de ser quién soy y traicionar a una parte de mí anclada a fondo pues tengo muy claro lo que soy y lo que seré. No dejaría de ser un pobre remiendo a una herida abierta en lo más profundo.
Pero esperar tampoco es sencillo pues el deseo hierve a fuego lento en el corazón, siento en el tacto de la yema de mis dedos el hormigueo áspero de la tiza. A la nariz llegan resquicios de ese olor a aula y material escolar recién abierto. Y la mente palpita de deseos de probarse a sí misma.
Supongo que al final la vida se resume en decisiones entre luchar por llegar a ser quién quieres ser o aceptar el camino que parece llegar impuesto y se disfraza de sensato. Luchar por lo que eres o rendirte a la mundana rutina. Ponerte la máscara o diluirte entre multitud.