Aumenta el número con constancia aunque no un exceso de presteza, caminando despacito como las manecillas negras y sencillas de un viejo reloj de esfera blanca y plástico envejecido que cuelga sobre una pizarra en verde. Los segundos pasan con desesperante lentitud y una voz rasgada y monótona corta el aire y planea sobre veintisiete cabezas de mente dispersa en una historia que poco o ningún interés despierta.
Es entonces cuando la imaginación despierta y se derrama sobre el margen cuadriculado de un cuaderno viejo y ajado, víctima del tiempo y de un curso eminentemente largo. Siluetas por definir adornan el marco de apuntes incompletos y dos iniciales resaltan en sus rasgos de tinta azul aun brillante y húmeda. Suspira con suavidad al cubrir por última vez ese trazo en bajada y luego el bolígrafo cae sobre el cuaderno, carente de protagonismo pues su mirada se pierde entre rostros somnolientos hasta dar con aquel que no repara ni en su presencia.
La cuenta aumenta en uno hasta el veintiocho con la decisión y el deseo inquebrantable de una adolescente. Quizá sea un cariño efímero, carente de base vivida, pero arde con intensidad como el calor que aun emana del sol que despide al verano en una terracita cualquiera de un viejo Madrid.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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