Argumentos en disputa.
Personas desencontradas que se reúnen en un punto cualquiera de una gran metrópoli. El tiempo ha hecho mella en ellos aunque la distancia que los separa parece de pronto reducirse a una mera mota de polvo cuando en ella se centra todo su campo de visión y la sonrisa boba asoma. Ella se toca el pelo y sonríe y de pronto el girar del mundo parece suspenderse a su alrededor, como si no existiese nada más allá de esas dos miradas que coinciden en un mutuo sentimiento de familiaridad.
Pero a pesar de ese paréntesis en la realidad que supone su reencuentro cada uno ha elegido un camino que seguir y ella se siente irremediablemente obligada a seguir su destino aun al margen de lo que le grita su corazón. Es por eso por lo que, a pesar de que la distancia parece de pronto evadirse entre ambos y la confianza renace a llamaradas intensas el tiempo en soledad impuesta permanece y aquellas decisiones se vuelven de pronto tan reales que resquebrajan la burbuja de cristal que parecía, por un momento, alejarles del mundanal ruido.
Es entonces cuando en él bulle el resentimiento hacia el género femenino y rompe en argumentos hirientes en contra de cualquier flirteo previo a una noticia desoladora, ignorando el hecho de que aquella decisión no ha sido sino un medio de escape provocado por él mismo, ignorando el hecho de que aquella noticia no es sino una llamada de atención, un grito mudo para hacerle despertar y lograr que no la vuelva a dejar marchar.
Supongo que cada cual, con su bagaje a la espalda, interpreta las situaciones a su manera lo cual no lleva sino a generar una disputa cuando las perspectivas se vuelven radicalmente opuestas y hay un pasado similar en el escenario de la discusión.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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