martes, 9 de septiembre de 2014

Ella, que se me hace un poco más mayor y un poco más bonita


Septiembre tiene una magia especial pues después del musical siete llega el nueve resignando al ocho a un merecido fundido en negro propio del anonimato justificado.
Y como el ocho se funden a negro también los focos de un teatro de escenario olvidado dejando huérfanas a aquellas butacas grises que quedan una noche más en silencio y con el suelo libre por completo de cualquier resto de actividad humana. Entre esa calma que vuelve a ese escenario un improvisado santuario dos jóvenes se acomodan en el borde, con los pies cruzados oscilando sobre lo que debiera ser el foso y las manos apoyadas sobre aquel improvisado adoquinado que busca imitar las viejas aceras de un Madrid que tan solo vive en la memoria. A su espalda un decorado que recuerda a las fachadas de edificios antiguos llenos de pósteres publicitarios viejos y descolgados, el letrero luminoso de un bar que vivió épocas mejores cuando el treinta y tres resonaba en la mente como algo más que un número.
Ambas chicas alzan el rostro hacia la paz que emite el primer anfiteatro y se dejan llevar por el cálido sentimiento de sentirse por un momento en calma en aquel lugar que por más que pase el tiempo será siempre suyo aunque sea tan sólo en la imaginación.
En lo alto de esa improvisada terraza a su derecha, donde antaño un chico joven y lleno de sueños se asomaba a contar su historia viven ahora las personas en las que se han convertido; dos mujeres que paso a paso van logrando sus sueños casi sin darse cuenta, recorriendo un camino que quizá no es el que idealizasen en un pasado pero que sin duda es capaz de llenarlas de maneras que ningún cuento idílico lo haría.
A su izquierda, a refugio en esa habitación de cama deshecha y posters descolgados viven la inacabables conversaciones que en más de una ocasión les ha quitado el sueño entre carcajadas y proyectos quizá algo absurdos pues aquello de escribir un manual sobre como conquistar a un futbolista en diez cómodos plazos no sonaba muy plausible.
Tras ellas, en lo alto de aquel segundo piso, viven las historias que han compartido, aquellas que manejaban a su antojo y capricho como titiriteras de un escenario que tan sólo vive en el papel y que aun hoy se convierte en refugio en más de una ocasión cuando se sumergen de nuevo en aquellas palabras que aunque torpes jamás se antojarán viejas.
Y en el escenario sus recuerdos, todos aquellos que han compartido y las veces que han sabido comprenderse y ayudarse a levantar pues lo bonito de una amistad es eso, que una tiene siempre la capacidad de levantar a la otra por muy bajo que haya caído.
Lo que queda frente a ellas, cruzando esa doble puerta al final del pasillo de butacas no es sino su futuro. Un futuro que les espera con los brazos abiertos e inesperadas sorpresas, quizá buenas o quizá no tan buenas, pero siempre compartidas.

Que bonito es tomarse siempre un respiro y volver a casa, allí donde estas a gusto con la gente a la que más quieres. Hoy, en tu día, me tomo ese respiro contigo en aquel escenario que siempre fue nuestro sabiendo que aun nos quedan muchos otros escenarios por compartir.

Te quiero hermanita.












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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura


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