viernes, 14 de noviembre de 2014

Decidir


Llueve en una ciudad dormida y las pequeñas gotitas caen contra el asfalto en un improvisado estallido de reflejos de luz que apenas capta la atención de alguna que otra mirada distraída. Ondas que se expanden sobre la superficie de un charco creando un diseño tan frágil como efímero, un instante que si no se atrapa se pierde para siempre pues es precisamente esa la característica principal de la fragilidad, hay que saber como atrapar el rayo de luz que desprende antes de perderlo.
El cristal que al calor de una fragua se funde, soplado por la fuerza de la imaginación, mezclándose en infinidad de tonalidades químicas que crean una belleza que puede permanecer si se sabe de qué manera cuidarla.
La chispa que salta en el estómago y recorre en onda expansiva el cuerpo ante la caricia que incendia la piel, un instante único que agita la superficie de la realidad personal para desaparecer después sin dejar rastro alguno, frágil como el propio tiempo.
El aleteo de una mariposa entre destellos de colores distintos, esos que brillan en intrincados diseños en sus alas; un instante que sin apenas ser captado desaparece pero que resulta vital para que pueda alzar el vuelo y seguir su camino.
Una suerte de instantes que se antojan de una fragilidad especial, que parecen fácilmente corrompibles, pero que guardan en su interior una fuerza única que les hace ser, a pesar de su fragilidad, parte de un todo que si se vive resulta imposible de olvidar.
Instantes que detienen el tiempo, que hacen desaparecer cualquier realidad, que se graban a fuego en el recuerdo.












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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura


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