Erase una vez una niña que se atrevió un día a querer a cambio de nada. Lo cierto es que era una niña un tanto ingenua, malinfluenciada por cientos de horas frente a argumentos edulcorados de películas que no ocurren realmente en la vida nundana y real. Una niña que nada tenía por lo que luchar y si mucho que perder.
Esa niña aprendió a golpes, dejó que la ilusión la inundase sin esperárselo y después la dejó caer entre el nerviosismo de una tarde cualquiera de VIPS. Se vio rota, sola y perdida y aun sin saber del todo bien por qué se atrevió a levantar la cabeza y seguir allí de la forma que fuese a la espera de poder alzarse como la persona que sabía que quería ser para él, a la espera de aquella preciada oportunidad que no quería dejar escapar. Recuerdo bien que se partió el rostro a cabezazos contra una férrea pared pero eso no hizo que se cubriese en su fragilidad sino que siguió empujando, siguió ocupando el lugar que le dejaban ocupar por no perder lo poco que le quedaba ya de fe en su capacidad. Fue una kamikaze que nada sabía de los juegos del querer, pero que al final supo ganar aun sin saber hoy bien cómo.
Tenemos la estúpida sensación que al luchar tiene que haber algo que nos justifique esa lucha, que el corazón entregado se paga en tiempo invertido, instantes compartidos y noches bajo las sábanas. Esa niña me enseñó que aquello no era cierto, que el único motivo real y válido para luchar es querer alcanzar un objetivo aun cuando sabes que tienes compradas todas las papeletas para perder el premio, aun cuando nada alrededor te invita a ello salvo un latido acelerado en el corazón al imaginarte triunfadora. El resto de razones no son sino aquello que nos justifica rendirnos antes incluso de llegar a salir a jugar.
Hoy no sé si aun queda algo que recordar de esa niña o si el tiempo se la ha llevado consigo sin decir cuando volverá. Lo que sí sé es que nunca es demasiado tarde cuando el querer es de verdad y las ganas de lucharlo son puras. Y eso lo aprendí tarde tras tarde en un sillón rojo, ante los capítulos de una serie que siempre pensé que duraba demasiado. Al final, a pesa de las circunstancias, se que algún día volveremos a reencontrarnos los dos con ese final feliz.
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Préstame tus fuerzas, dame tu ternura
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